El siglo XIX fue un periodo muy importante para la investigación científica. Muchos de los descubrimientos que sentaron las bases de la ciencia contemporánea tuvieron lugar en esta época. Esta ciencia, que hoy puede parecer compleja, se basa en un principio sencillo, casi banal: la observación sistemática de la naturaleza. Y pocas historias lo ilustran tan bien como la de Johan Gregor Mendel, conocido como el padre de la genética.

Primeros años e iniciación a la ciencia

El monasterio donde Mendel llevó a cabo gran parte de sus estudios es ahora un museo en Brno, República Checa. Fuente: TripAdvisor

Este monje agustino, que el día 20 habría cumplido 197 años, dejó como mayor legado sus descubrimientos en genética, siendo su obra más célebre la determinación de la transmisión de caracteres hereditarios a la siguiente generación. También fue apicultor y meteorólogo, además de botánico.

 

Mendel nació en Brunn, una colonia alemana situada actualmente en parte de la República Checa. Animado por su familia, ingresó en el monasterio de la Orden de San Agustín, cuyo trabajo consistía en supervisar los jardines del monasterio. Durante su estancia en el monasterio, Mendel estudió agricultura durante un año y pudo profundizar en el estudio de las plantas: fue su puerta de entrada al estudio de la botánica.

Mendel se matriculó en la Universidad de Viena y se especializó en morfología, anatomía y fisiología de las plantas. Su estancia en la Universidad le llevó a desarrollar la metodología científica para poner en marcha proyectos de investigación, que ya había estado planeando.

Ovejas y guisantes

Una cuestión que suscitó debate durante mucho tiempo en la zona rural de Brunn fue la coloración negra de las ovejas descendientes de ovejas blancas. En aquella época, se creía que las características paternas y maternas se “diluían” en la descendencia, es decir, se esperaba que las ovejas blancas nunca dieran descendencia negra, ya que, al ser incoloras, siempre habría una “dilución” de la cantidad de pigmento en el pelaje de los animales. Como esto no era lo que se veía en la práctica, empezaron a discutirse explicaciones.

Mendel empezó a buscar respuestas a este dilema cruzando plantas y pequeños animales. Los guisantes (pinus sativum) fueron finalmente elegidos para la experimentación a gran escala debido a varias características, como:

  • Son hortalizas sencillas de cultivar;
  • Eran abundantes y baratos en la región;
  • Tienen un ciclo vital corto, lo que permite estudiar varias generaciones de crías;
  • El hecho de que sean plantas hermafroditas autofecundadas facilita su cultivo;
  • Su reproducción genera un elevado número de descendientes;
  • Tienen características morfológicas (como la forma y el color de la semilla, la vaina y el tallo) que se pueden observar y diferenciar fácilmente.

Las leyes de Mendel

Tras dos años de observación cuidadosa y sistemática de los patrones de heredabilidad de los caracteres morfológicos (en particular, la altura del tallo y el color y la forma de las semillas) de 22 variedades de guisantes cuando se cruzaban entre sí, Gregor Mendel llegó a las siguientes conclusiones:

  • Una característica siempre ocultaba a la otra forma (ejemplo: la alta ocultaba a la baja) en la primera generación tras el cruce (F1). Mendel clasificó la forma visible de la planta como rasgo dominante (alto) y la forma oculta como rasgo recesivo (bajo);
  • En la segunda generación (F2), tras la autofecundación de las plantas, la forma oculta del rasgo reaparecía en la minoría de las plantas; más concretamente, siempre había unas tres plantas que presentaban el rasgo dominante (alto) por cada planta que presentaba el rasgo recesivo (bajo), formando la proporción de 3:1.
    Mendel también observó que la herencia de una característica no influía en la herencia de las demás, es decir, que tras generaciones de cruces, las plantas de la descendencia podían presentar unas características de rasgo dominante y otras de rasgo recesivo independientemente unas de otras.

Estas observaciones fueron la base del enunciado de la Primera y Segunda Ley de Mendel. Estas leyes, a su vez, fueron la base del desarrollo de gran parte de la biología que siguió a su redescubrimiento a principios del siglo XX, así como de prácticamente toda la ciencia genética.

Es decir, si hoy se tiene un conocimiento mucho más sólido sobre los riesgos de algunas enfermedades genéticas, o incluso si es posible descubrir la paternidad y el sexo fetal a través del ADN, así como otras innumerables posibilidades que el cada vez más relevante campo de la genética hace realidad, todo ello se debe a la observación de un fenómeno simple y trivial como es la reproducción de los guisantes por parte de una persona comprometida, disciplinada y empeñada en comprender el mundo en el que vive.

Esta es la función de la ciencia y de los científicos en la sociedad humana: desentrañar misterios mediante la aplicación del método científico, que hunde sus raíces en la lógica de la observación y la anotación sistemática de los hechos que ocurren a su alrededor. Mendel y sus guisantes son un bello ejemplo de ello.