Imagina que tu jefe te pidió rehacer el informe del mes y tuviste que quedarte hasta tarde en el trabajo. O que te fue mal en el examen de la universidad, o que agarraste mucho tráfico en el regreso a casa. En fin, aquellos días bien estresantes, ¿sabes?
Al llegar a casa, en el horario de la cena, encuentras una ensalada preparada, una pechuga de pollo a la parrilla y una barra de chocolate en la despensa. A pesar de la dieta, no lo piensas dos veces: el chocolate es la elección obvia. Mismo sabiendo racionalmente que no es lo más saludable y que puedes sentirte un poco arrepentido, la voluntad de consumir azúcar es más fuerte. Pero ¿por qué sucede esto?
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La respuesta puede ser simple o complicada, dependiendo de la profundidad que desees. De forma simple: consumimos más dulces cuando estamos nerviosos porque comer azúcar nos hace felices. De forma complicada: esto tiene que ver con algo más profundo, que está dentro de ti, es decir, tus genes. Te lo explicamos.
La evolución humana
Como muchas cosas en la biología, el origen de esa respuesta está en la evolución. La alimentación de nuestros ancestros cazadores-recolectores se basaba en la carne de caza, como la de antílopes y cabras, y en la recolección de frutos y granos.
En este estilo de vida, era común para los seres humanos pasar muchos días sin alimentarse hasta encontrar un animal o frutos suficientes para acabar con el hambre y, además, gastar mucha energía en la búsqueda por alimento.
Aquellos que lograban comer más y almacenar más energía tenían un mayor éxito evolutivo, ya que sobrevivirían por más tiempo y podrían pasar sus genes a las próximas generaciones.
En esta parte entra el azúcar. Este alimento tiene una gran densidad energética, o sea, llevan consigo mucha energía, mismo cuando consumido en pequeñas cantidades. Además, en algún otro punto de nuestra evolución, hemos desarrollado una mutación para almacenar cualquier exceso de azúcar en la forma de grasa corporal, lo que nos ha dado una ventaja evolutiva: cuanto más grasa tenemos, más tiempo podemos sobrevivir hasta comer de nuevo.
Hoy en día, con nuestro estilo de vida moderno, es fácil tener acceso a frutas u otros tipos de azúcar gastando casi nada de energía: en cualquier momento podemos salir de casa e ir a una frutería comprar naranjas o a un mercado donde hay decenas de galletas rellenas diferentes.
Sin embargo, la necesidad de consumir azúcar sigue siendo un vestigio evolutivo que nos perseguirá durante mucho tiempo y es difícil de controlar, ya que tiene un gran poder sobre el funcionamiento de nuestro cerebro.
El azúcar y la dopamina
El azúcar es una molécula compleja que no sirve simplemente para proporcionar energía fácilmente a nuestro organismo. También interactúa con una vía en nuestro cerebro llamada mesolímbica, que es el centro de recompensa del cerebro.
Cuando el azúcar llega a esa vía, es capaz de aumentar la producción de dopamina, una molécula conocida popularmente como la “molécula del placer”, brindándonos una mayor sensación de recompensa. Esta es una de las razones por las que un chocolate u otro dulce después de un día tenso genera una mayor sensación de bienestar.
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En primer lugar, notas el intenso que se experimenta al realizar dicha acción. Posteriormente, el cuerpo aprende a reconocer esta sensación como altamente gratificante y, por fin, motiva a la persona a buscarla repetidamente.
De esta manera, la ingesta de azúcar te motiva a querer comer aún más azúcar, aunque no te guste tanto. Este es el mismo sistema por el cual los seres humanos desarrollan adicción en drogas o juegos de azar.
La forma en que nuestro cuerpo maneja el azúcar es muy diferente de persona a persona, principalmente debido a nuestra genética. Por ejemplo, todos conocemos personas que pueden comer dulces diariamente sin ningún cambio en su peso, mientras que otras tienen problemas hasta con pequeños cambios en su dieta.
La nutrigenética
El estudio de cómo genes específicos influyen en la forma en que el cuerpo metaboliza los alimentos se llama nutrigenética. El gen FTO, por ejemplo, está relacionado con el control de la actividad neuronal de recompensa en respuesta a la comida. Algunas variaciones de este gen están relacionadas con un mayor impulso hacia la alimentación y, por lo tanto, con un mayor índice de obesidad.
Otro gen, el SLC2A2, es responsable de formar el transportador de azúcar GLUT2, que funciona como un sensor de glucosa. Una de sus variantes está asociada con una menor sensibilidad a la glucosa, lo que lleva, en consecuencia, a un mayor consumo de azúcar por parte del portador.
Es importante recordar, por supuesto, que factores como la falta de ejercicio físico, el estrés diario, los hábitos alimenticios y la salud mental influyen en el modo como el organismo procesa el azúcar.
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